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Dahrenaar Furialunar
Imagen de Dahrenaar Furialunar
Información del personaje
Apodo La Mano de Elune
Título Capitán
Raza Kaldorei
Edad 353 años
Alineamiento Legal Neutral
Ocupación Forestal de Bashal'Aran
Lugar de nacimiento Nordrassil, Monte Hyjal
Afiliación Orden del Roble
Antigua afiliación Centinelas de Elune, «Elune-Adore»
Estado Vivo

Historia[]

Dahrenaar (pronunciado «darenaar» o, fonéticamente, «daɾenaˈaɾ») nació en Nordrassil, Hyjal, en el seno de una familia kaldorei como cualquier otra.

Su padre, cazador de profesión, educó a nuestro protagonista en el arte de la puntería con la idea de que siguiera sus pasos y se labrase un quehacer. Pero el antaño joven elfo de la noche fue mamando también de las enseñanzas que su madre, sacerdotisa de la luna, iba transmitiéndole casi involuntariamente. Todo ello, sumado a los férreos convencimientos morales comunes a todo kaldorei y al amor incondiconal por Elune, fueron dando forma al que hoy día es el elfo que nos ocupa.

Fue muy pronto cuando Dahrenaar dio señales de verse mucho más atraído por la senda recorrida por la matriarca de la familia. Su convencimiento e insistencia hizo que ésta accediese a sus peticiones, ilustrándole en el arte de la guerra y profundizando, junto a él, en la adoración por Elune. Si bien el objetivo tan sólo era el de calmar los anhelos de su vástago, esto desembocó en unas habilidades que, tiempo después, le servirían para ingresar en la orden de «Las Centinelas» tras la retirada del veto a los varones. De forma también involuntaria, su padre colaboró en gran medida, pues de él emanó su técnica con el arco y las saetas.

La relación con su familia era estrecha, siempre teniendo en cuenta el carácter propio de su raza. Quizá ésta fuera una de las razones por las que su vida cambió tan drásticamente a partir de cierto acontecimiento histórico. Dahrenaar, apoyado en los tres pilares que siempre le sostuvieron (el amor hacia su familia, hacia su raza y hacia Elune), fue sacudido brutalmente tras la caída de Nordrassil en la Tercera Guerra; fallecieron, que se sepa, todos y cada uno de los miembros de su familia.

Cabe decir que, cuando por fin se permitió la entrada de varones a las filas del cuerpo de Centinelas, el elfo que nos ocupa fue uno de los primeros en ingresar en éste. En pocos años, sus logros en Vallefresno le hicieron ganarse cierta «fama» que, con el tiempo, desembocó en varios ascensos. Más allá de lo anteriormente relatado, su historia más fructífera y conocida está protagonizada por la orden «Centinelas de Elune», que con el tiempo pasó a llamarse «Elune-Adore». Esta etapa de ciertos éxitos precedió, para Dahrenaar, a una época de desconsuelo y desconfianza, marcada por las guerras en Vallefresno y la degeneración -a sus ojos- de la política de su pueblo. Terminó aislándose, dejando a un lado su cargo y sus deberes.

Se desconoce si sigue guardando vínculos con alguien de su etapa en Nordrassil, pues lo único corroborado fielmente es lo aquí relatado, aparte de rumores y meras suposiciones que siempre recorren bosques y ciudades con presteza.

De su etapa más reciente cabe mencionar algunos datos de interés que, quizá, puedan ser conocidos por los kaldorei sin ninguna necesidad de indagación: como ya se ha mencionado, formó parte de la orden «Elune-Adore», antes denominada «Centinelas de Elune». Durante la existencia y actividad de «Elune-Adore», sus integrantes hicieron un gran trabajo en momentos difíciles para los kaldorei, la mayor parte del tiempo en Vallefresno.

Sea como fuere, y conjugando las nuevas políticas de su pueblo, el fallecimiento de la lideresa de la orden (Dalria Brisanocturna) y otras circunstancias desconocidas por terceros, este kaldorei acabó en desgracia o, más bien, en el exilio voluntario. Abandonando Darnassus y el cuerpo de Centinelas, se dedicó a llevar a cabo una especie de guerra de guerrillas en Vallefresno, consiguiendo bajas orcas en compañía de un reducido grupo de kaldorei fieles a los ideales primigenios de los elfos de la noche.

Actualmente[]

Durante los últimos años sólo se ha dejado ver en contadas ocasiones, normalmente tras los puntuales avances de la Horda en Vallefresno (los cuales terminaron con, entre otras tantas cosas, la caída de Astranaar). Si bien se le seguía creyendo con vida debido a informes reportados a la capital sobre bajas orcas que parecían llevar su firma, desde hace unos meses ya no hay duda de su estado; el genocidio llevado a cabo por la Reina alma en pena sobre Teldrassil le ha hecho abandonar el subterfugio y la guerra de guerrillas, dejándose ver de nuevo después de tanto tiempo.

Las últimas palabras que escribió en sus memorias son las mostradas a continuación, atestiguando la consecución de un cambio radical que llevaba gestándose en el kaldorei durante el último lustro:

«Hace años que no vierto tinta aquí, que me deshice del consuelo de la confesión. No escribiré una sola palabra más una vez suelte la pluma con la que trazo estas líneas. Mis memorias mueren con mi pueblo y mi esperanza. Hoy Teldrassil ha terminado de apagarse, y con él todo lo que quedaba de mí. Las cenizas del hogar abonarán la ira y la venganza que ha de sucederse a la desdicha a la que nos han condenado. Nunca más volveré a ser Filo Sombrío, nunca más volveré a ser yo.

Dahrenaar Furialunar»

De esta forma el otrora Capitán Filo Sombrío se deshizo de su antiguo apellido y de su antiguo «yo». Lo que sea de este kaldorei de aquí en adelante sólo Elune puede saberlo...

Apariencia[]

El ex-Capitán Furialunar es el estereotipo del varón kaldorei por excelencia. De espalda ancha -aún para su raza-, superando con mucho los dos metros de altura y de un peso considerable, se yergue con fuerza allá por donde pisa, digno de admiración para aquél que no esté acostumbrado a la presencia de los elfos de la noche.

Las líneas de su rostro dibujan un rostro bello, pues sus facciones no son demasiado duras; algo bastante común entre sus congéneres. Los ojos son plateados, con un cierto destello ambarino que gana o pierde protagonismo según la iluminación; parecen profundos y serenos, propios de alguien reflexivo y cauto.

La melena del elfo cae por su espalda cuan larga es, cuyo níveo color parece conjuntar con el tono plateado de su tez, lo cual le da un toque característico cuando en ésta se refleja la luz de la luna: «como si Elune te vistiese la piel», le dijeron antaño. A veces se la recoge en una gran trenza, evitando así que le moleste en los momentos más inoportunos.

Carácter[]

Poco hay que mencionar sobre este aspecto. Su carácter es el propio de un niño de las estrellas, aunque éste sea cada vez más escaso. Mientras muchos kaldorei adoptan penosas costumbres humanas, cosa que Dahrenaar aún no logra explicarse, él se sigue rigiendo por los valores de su raza.

Su carácter sobrio y altivo no le hace propenso a amistades. Sin embargo, no todo iban a ser defectos. Aquéllos que le conocen más se veían obligados a admitir su serenidad, sobre todo en los momentos en la que ésta es más difícil de adquirir, su capacidad estratégica y de raciocinio, tanto en situaciones bélicas como políticas. Pero, como bien este narrador ha relatado, es algo que se «veían» obligados a admitir, en pasado: muchos piensan que, tras su época de decadencia, esta virtud ha sido enterrada por una rabia visceral e inusitada hacia aquéllos que antaño dañaron a su pueblo y sus sagradas tierras.

Como dato adicional, habría que añadir su infinita animadversión por los miembros de la Horda, especialmente hacia orcos y renegados. Pero, yendo más allá, también mantiene sus diferencias con las demás razas integrantes de la Alianza, y buena muestra de ello es que apenas habla el idioma común ni parece tener preocupación alguna por remediarlo. No tendrá reparos tampoco en vislumbrar de la misma crítica e inquisitiva manera a sus propios congéneres, ni en tacharlos de traidores o de «enemigos de Elune y del pueblo kaldorei» si estima que no ha dado todo cuanto debieran por su raza.

Tema del personaje[]

Wardruna_-_Helvegen.

Wardruna - Helvegen.

Relato «Siete almas»; con la letra del tema

«Iba a ser el último en llegar. Hacía rato que percibía el olor de todos y cada uno de ellos. De los que quedábamos.

Todos estaban enterados de mis planes, les había informado por encima en las misivas y, a diferencia de enanos, humanos y demás seres de escasa paciencia e iniciativa, habían sabido enterarse del resto por su propia mano. Allí estaban, puntuales, esperando.

Entré en la estancia y me quedé frente a ellos, los cuales me miraron con gravedad en el gesto. No por la situación en concreto, sino por todo cuanto nos rodeaba, por cómo habían degenerado nuestras vidas, por cómo nos creíamos únicos en nuestra especie, literal y lamentablemente, y por cómo nos pasábamos las horas muertas rezando en silencio para que nuestras creencias fueran infundadas.

No se dijo ni una sola palabra. Ese intercambio de miradas fue el cálido saludo que nos aguardaba tras tantos años e, instantánea y simultáneamente, comenzamos a enfundarnos nuestras armas. Andaeh, poeta, guerrero y compañero a partes iguales -hasta que Elune se lo llevó- siempre tarareaba una canción en esos momentos. Esta vez lo estaba haciendo yo, casi sin darme cuenta, sin importarme que alguno pudiese oírme (aunque era casi imposible pues estaba bastante apartado del resto).

Ya estamos aquí, Señora,

respondiendo a tu llamada.
Hemos acudido raudos,

a cumplir tu palabra, con ansia…

El último verso, para mi sorpresa, la coreó junto a mí Thanrel, el que más cerca estaba y, supuse en aquel momento, el único que podría haberme oído. Al comenzar la siguiente estrofa, las voces de todos los presentes se fueron fundiendo en una sola. Las notas comenzarían a hacer vibrar el viento del bosque, con un halo tétrico y bello a partes iguales. Todos continuaban preparando sus armas, sus pertrechos, ocupados con la tarea de cada uno. Pero eso no impidió que la melodía retumbase en las proximidades. Ningún pájaro salió de su escondite pese a ello, ninguna hierba se movió: el bosque enmudeció, las hojas que volaban lo hacían sin ruido alguno, con el único objetivo de transportar en ellas cada una de las notas que salían de nuestros labios.

Sombra en el bosque,

sombra en nosotros.
Guía mi filo con la luz de tu mirar,
guíala allá donde tus ojos van;

allí haremos.

Somos tus hijos, Elune.
Somos tus manos, tu filo.

Ya estamos aquí, Señora,

respondiendo a tu llamada.
Hemos acudido raudos,

a cumplir tu palabra, con ansia.

Portadores de tu enmienda, de su dicha;
mensajeros de tu sentencia, de su muerte.

Ya estamos muertos;

nuestros cuerpos respiran
pero nuestras almas arden.

Proclamando sus destinos en tu nombre, Señora.

Ya estamos muertos, aquí hemos terminado,
cumpliendo tu palabra, aquí estamos…

Todos enmudecieron.

Infieles somos pues,

por manchar tu nívea mano del color de la sangre.
No somos dignos de tu gente,

pero sí de tu perdón a sabiendas.

Infieles somos pues,

por manchar tu nívea mano del color de la sangre.
No somos dignos de tu gente,

pero sí de morir en tu seno.

Con el instante en el que concluyó el último verso, el bosque pareció recobrar la vida.

Aún no había cruzado una mísera palabra con ellos y ya estábamos saliendo de la casa en cuestión, casa que me resultaba muy familiar y que aún olía a viejos conocidos. Cada uno fue por su lado. Todos y cada uno de nosotros sabía perfectamente lo que teníamos que hacer. No necesitábamos organizarnos, no necesitábamos siquiera mirarnos para saber que estábamos allí. No necesitaba nada para saber qué pensaban, ni tampoco para estar seguro de que me apoyaban en cada uno de mis pasos.

No sé si alguno de los presentes echaba de menos aquella escena, supongo que no; pero sí que todos la creían necesaria, que todos esperaron con gran ansia y durante largo tiempo mi misiva.

Siete elfos con sus siete almas entraron en el bosque. Pero no serían siete los que volverían a casa.»